El lugar elegido para este Mercado es la Plaza de Salamanca
Donde en esos momentos se producía una venta callejera que respondía a una demanda del vecindario ya que éste se encontraba demasiado alejado del único mercado que existía en esos momentos, el Mercado de las Atarazanas.
El Mercado de Salamanca, erigido por el arquitecto Daniel Rubio con Rafael Sánchez Pérez como contratista, es una destacada obra que marcó el paisaje urbano de Málaga a principios del siglo XX. Concebido como respuesta a la necesidad de ofrecer un espacio adecuado para la venta, el mercado fue diseñado en 1922 por Rubio, quien en ese momento ejercía como arquitecto municipal. Su construcción se llevó a cabo entre los años 1923 y 1925 en la Plaza de Salamanca, un área que previamente albergaba una venta callejera, generando problemas de higiene y orden.
El proyecto de Rubio respondió a la demanda del vecindario por un mercado más accesible, al encontrarse distante del único mercado existente en ese entonces, el Mercado de las Atarazanas. Para resolver esta problemática, el Ayuntamiento decidió construir un mercado auxiliar en la Plaza de Salamanca, con la intención de erradicar la actividad callejera insalubre.
Guiado por la necesidad de crear un espacio complementario al mercado principal, Rubio concibió una estructura ligera y abierta al exterior, reflejando la dinámica de los puestos callejeros que pretendía reemplazar. Su diseño incluyó un esquema lineal con un doble eje de simetría, organizando los puestos en un volumen central y dos laterales, con accesos en ambos extremos.
Los puestos, accesibles desde el exterior a lo largo de las fachadas laterales, se cubrieron con estructuras abovedadas de fábrica cerámica, rematadas por una cubierta metálica a dos aguas, permitiendo una adecuada ventilación del mercado. Esta disposición permitió que el Mercado de Salamanca se integrara plenamente en el entorno urbano, convirtiéndose en una extensión más de las calles de Málaga.
Además de consideraciones constructivas, Rubio se preocupó por aspectos higiénicos, de salubridad e iluminación, buscando también una estética que conectara con la identidad local. Para ello, optó por el estilo neomudéjar, combinando elementos arquitectónicos de origen islámico. El uso predominante del ladrillo, junto con la cerámica vidriada que decoraba los puestos, añadió color y vida al mercado, reflejando la diversidad de productos que ofrecía.
La ornamentación, especialmente notable en las dos portadas principales, recreaba arcos de herradura apuntados de gran monumentalidad, enmarcados por torrecillas troncopiramidales rematadas en cúpulas ovoides con escamas. Inspirado posiblemente en estructuras efímeras previas, como el arco construido en la entrada de la Calle Larios durante la feria de 1898, Rubio logró dotar al Mercado de Salamanca de un carácter distintivo y pintoresco que aún perdura en la memoria colectiva de la ciudad.